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La popular Denominación de Origen Ribera del Duero comprende toda una gran reserva de más de 1200 marcas que se enmarcan bajo este sello que es sinónimo de calidad, garantía y sabor exquisito. Puramente castellana, esta Denominación abarca alrededor de 115 kilómetros de longitud y 35 kilómetros de anchura de la cuenca del río Duero que discurre por más de un centenar de municipios de las provincias de Soria, Burgos, Segovia y Valladolid. La superficie de viñedo supera las 22.000 hectáreas de extensión, y las cifras siguen sorprendiendo al hablar de más de 300 bodegas en las que trabajan alrededor de 8.000 viticultores en activo.
Para hablar de la historia de la D.O. Ribera del Duero hay que remontarse más de 2.500 años atrás, cuando se produjo la primera referencia vinícola de la zona en el término de Padilla de Duero. No obstante, la Denominación tal como se conoce hoy en día nace a partir del proyecto de un grupo de viticultores y bodegueros que deseaban dar un impulso a las viñas y a la calidad de los vinos de la zona.
Se trata de la Denominación de Origen con más antigüedad y bagaje de toda Castilla y León, y en 2008 su Consejo Regulador celebró sus bodas de plata. Desde sus inicios hasta ahora, la evolución ha ido en paraelo con la puesta en práctica de las más modernas tecnologías y los procesos más cuidados para crear unos vinos inimitables y singulares conocidos en todo el mundo. Sin ir más lejos, en el año 2012 las bodegas Ribera del Duero recibieron el Wine Star Award en Nueva York como premio a la Mejor Región Vinícola del Mundo.
La intensidad de las bajas temperaturas de la zona en la que se cultivan estos vinos, combinado con la gran amplitud térmica entre el día y noche propia del estío castellano, provocan un equilibro idóneo de la uva durante su maduración. Es en otoño cuando se recoge esta uva de alta calidad que permite elaborar los mejores vinos Ribera del Duero y que tiene su valor añadido en la adaptación a un ciclo marcado por la climatología extrema, con tan solo 192 días de periodo libre de heladas.
Las distintas variedades de uva dan lugar a colores muy diversos, con matices de sabor para los más exquisitos paladares, y aunque los vinos son en su mayoría tintos, también cuenta con rosados. Desde los vinos de fuerte coloración violácea a partir de la tempranilla, también conocida como la tinta del país o tinta fina y que constituye más del 90% de la producción, hasta los amarillos pálidos de acidez media de la albillo, pasando por los aromas a pimiento verde y el tanino acusado de la cabernet-sauvignon, una de las uvas tintas más conocidas del mundo, la producción recoge las particularidades de un clima que marca el cultivo de la vid y que tiene gran influencia a lo largo del ciclo vegetativo de los viñedos.
Imposible no nombra la uva merlot, que produce un vino con aromas de fruta negra conjugada con matices de frutos secos, o la malbec, en la que los destellos balsámicos de menta le proporcionan a nuestra copa un toque único en cada sorbo. La garnacha tinta, de la que se tiene una alta producción, posee un gran potencial oxidativo y desemboca en vinos aromáticos en los que destaca la fresa madura, de escaso color y de media acidez.
Aparecer en una mesa con un embotellado de D.O. Ribera del Duero es un acierto seguro, ya que cada unidad emana una autenticidad única con un etiquetado fiable que distingue los Gran Reserva, de los Reserva, Crianza, Cosecha o Rosado.
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Redacción: Nuria Guerrero
